Ando estos días redactando mi portfolio docente. Entre otros aspectos, tengo que redactar mis creencias sobre la educación. Estas son algunas de ellas:
Aunque llegué a la
Educación indirectamente, sigo en ella en actitud de aprendizaje, aunque esa
actitud creo que la tendría en cualquier trabajo. Así pues, soy profe porque
esa es mi profesión, aunque intento no entender mi labor como un simple
trabajo. Soy consciente de la responsabilidad social que tiene mi profesión,
influyendo, aunque sea mínimamente, en la formación de muchas personas y por
tanto, en el futuro de nuestra sociedad.
Me gusta pensar que
contribuyo a educar personas para que sean felices, por encima de la materia
que imparto. Educar personas para construir con ellas conocimiento, para
progresar como personas y para construir un mundo mejor. Educar personas para
que sean más justas, solidarias y humanitarias que las generaciones que les han precedido.
Creo que estamos en un
momento liminar en el mundo de la educación. Algo va a cambiar en nuestro
Centro, en la educación de nuestro país y en el mundo entero. La educación va a
saltar del siglo XIX al XXI y no quiero perdérmelo. Es más, me gustaría
contribuir a dar ese salto.
Creo que la educación
debe contemplar aspectos que generalmente han quedado fuera de su campo de
actuación: las emociones, la afectividad, lo espiritual. Debemos acabar con una
educación que destruye los talentos personales para uniformar a las
personas, haciéndolas “normales y corrientes”, es decir, mediocres, al objeto
de mejorar su “empleabilidad”. La empleabilidad del futuro no tendrá nada que
ver con la que conocemos hoy.
Además, creo que la
educación debe ser capaz de potenciar las cualidades, talentos y preferencias
de las personas, de manera que cada uno sea capaz de diseñar su propia vida,
tomar las riendas de ella y hacer una aportación única e insustituible a la
historia de la humanidad.