11 diciembre 2015

La educación en la Sevilla almorávide del siglo XII

Con la batalla de Sagrajas, en 1086, el reino bereber de los almorávides derrotaba a Alfonso VI y expandía su territorio por Al Ándalus, absorbiendo las taifas que les habían llamado para que les ayudaran en su lucha con el reino de Castilla. Su dominio duraría casi un siglo, hasta la llegada de un nuevo pueblo norteafricano, los almohades. Ambos pueblos se caracterizaron por el rigorismo religioso, manifestado en la ortodoxia dogmática y la implantación de la sharía o ley musulmana.
Durante el periodo almorávide vivió en Sevilla un erudito llamado Muhammad ibn Ahmad ibn Abdún al-Tuchibi, autor de un breve pero intenso tratado sobre la vida ciudadana en ese periodo. En él se analiza el trabajo de diversos gremios e incluso de algunas instituciones urbanas de Sevilla. Dice el autor que conoció los últimos años de Al Mutamid, pero en su obra hay referencias continuas a los gobernantes almorávides, lo que permite fechar la redacción del tratado entre 1091 y 1147, es decir, en la primera mitad del siglo XII.
Como he dicho, en la obra se tratan diversos aspectos de la vida ciudadana y se describen diversos oficios. De todos ellos, voy a fijarme en lo que dice sobre la enseñanza en esta época. De ella se ocupa al hablar de las mezquitas de barrio, las cuales dice que no deben "servir como escuelas para niños, ya que éstos no tienen cuidado en no ensuciarse los pies o los vestidos. Si no hubiese otro remedio, que la enseñanza se dé en las galerías". Es decir, que aunque era preferible buscar otros locales donde los críos pudieran recibir sus enseñanzas entre juegos y alborotos, si no se encontraba ese otro lugar, la mezquita podría valer para la educación.
En tal caso, "no deberá castigarse a un niño con más de cinco azotes, si es mayor, y de tres si es pequeño, dados con un rigor proporcionado a su fuerza física". La disciplina, pues, era importante y se restablecía con castigos corporales, aunque ajustados a la edad y fuerza de los alumnos. Siglo XII...
A continuación desarrolla una descripción y consejos sobre cómo debía desarrollarse la enseñanza: "Hay que prohibir a los maestros de escuela que asistan a festines de ceremonia, entierros y declaraciones en el juzgado, salvo en día de vacación, puesto que son asalariados y hacen perder su dinero a las gentes ignorantes y sin juicio que los pagan (para educar a sus hijos)". Como veremos, a lo largo de los párrafos hay una preocupación por controlar y limitar la vida social de los maestros. Debían gozar de cierto prestigio, que alguno utilizaría para cometer abusos con las familias humildes faltando a su puesto con cualquier escusa.
"Los maestros no deben tener demasiados niños. Se les prohibirá que los tengan; pero yo digo que no harán caso, porque nunca se pone uno al servicio del común, sobre todo para la enseñanza, ni enseña nada como hace falta". La propuesta, por tanto, es limitar la ratio para mejorar la calidad de la enseñanza, aunque sigue un claro rasgo de desconfianza hacia los maestros. 
Porque "la enseñanza, en efecto, es un arte que requiere saber las cosas y tener práctica y paciencia de inculcarlas. Es como la doma de un potro reacio, al que hay que tratar con habilidad, gracia y cariño, hasta que se domestica y acepta ser dirigido". Este inciso es especialmente interesante. Hace referencia a los principales estándares de desempeño docente imperantes en la época: conocer la materia a impartir y contar con los recursos docentes necesarios (práctica y paciencia). Y a continuación establece la finalidad de la enseñanza en aquel momento: no se trata de desarrollar las capacidades del alumno y hacerlo crítico y libre, sino más bien lo contrario: domesticarlo y lograr que acepte ser dirigido. ¿Sigue siendo esa la finalidad de la educación o aspiramos a algo diferente? A veces da la sensación de que no se ha avanzado mucho.
Y vuelta a la carga: "la mayoría de los maestros son unos ignorantes en el arte de enseñar, porque saberse de memoria el Corán es una cosa, y el enseñar es otra cosa muy distinta, que sólo domina a la perfección el que de veras la sabe. Enseñar debe consistir en hacer que el alumno aprenda a recitar el Corán con una dicción armoniosa, a tener una bella escritura y a descomponer una palabra en sílabas, y si el alumno es ya mayor, a hacer que rece como es debido, escribiéndoles la profesión de fe y lo que ha de decirse en la oración. A los maestros de escuela incumbe proporcionar a los alumnos una bella letra, una buena dicción, una hermosa recitación del texto coránico y el conocimiento de las pausas y acentos al recitar. Nada hay en el mundo más útil que este último comocimiento para el que escribe y lee, y que el del cálculo para el que compra y vende". Este párrafo también está lleno de referencias interesantes. Queda claro que el currículum escolar quedaba reducido al aprendizaje del Corán. Pero un aprendizaje no sólo memorístico, sino competencial, del que la dicción y caligrafía serían las evidencias del aprendizaje. Enseñar a mermorizar el Corán puede hacerlo cualquiera, pero lograr interiorizarlo y llevarlo a la propia vida requiere de un verdadero maestro, que conozca a los niños y respete sus ritmos, que tenga conocimientos, experiencia y sensibilidad, y logre que sus alumnos amen lo que aprenden. Aunque en ocasiones tenga que darles cinco azotes... Pero cuando los alumnos fueran mayores, además, lo aprendido habrían de aplicarlo a la vida, en la oración intensa gracias a la interiorización del texto sagrado. La última frase tiene una referencia curiosa: la recitación ha de ser el logro para el que escribe y lee, que es de lo que se ocupa la escuela. A continuación dice que el cálculo es el aprendizaje más útil para el que compra y vende, pero eso no se enseña en la escuela de las mezquitas. Entonces, ¿dónde se aprende? En el resto de pasajes de la obra se hace referencia a los gremios y se pueden rastrear algunos datos que nos indican con claridad que en ellos ingresaban los aprendices a corta edad, para aprender el oficio. Luego el currículum escolar, como se ha visto, es el Corán y la doctrina religiosa y otros aprendizajes tenían lugar en otros espacios y tiempos, lo que pone de manifiesto el caracter radical de este pueblo en el aspecto religioso. También en el siglo XII tenían claro que la educación es un poderoso instrumento al servicio de las finalidades que se quieran alcanzar como sociedad.
El último apartado vuelve a estar dedicado a los maestros, indicando cómo no deben ser y lo que no deben hacer. Tanta insistencia en la descripción negativa de la profesión seguramente quiere decir que lo corriente sería que sí se hiciera lo que aquí se critica. Si leemos las siguientes frases en el sentido contrario en que están escritas, seguramente tendremos un retrato del maestro andalusí del siglo XII. Según Ibn Abdún "el maestro de escuela no ha de ser ni soltero ni mozo, sino hombre de edad, honrado, religioso, de buenas costumbres, piadoso, de pocas palabras y nada amigo de escuchar lo que no le concierne. No ha de asistir a entierros lejanos, ni tomarse muchas vacaciones, ni abandonar a los niños, ni dejarlos solos más que para ir a comer o a hacer sus abluciones. Debe estar fijo en su puesto y tener ciudado de las cosas de sus alumnos. Si el juez secundario y el cadí advierten que un maestro de escuela va con frecuencia a sus curias para prestar testimonio, deben interrogarle sobre cómo ejerce la enseñanza, y, si tiene una escuela coránica, no aceptarán su testimonio, porque lo único que quiere es figurar y adornarse con el título de testigo notario, para recibir regalos y que se le confíen depósitos, y para hacerse pasar por persona conocida y adquirir reputación de hombre de bien, cuando está muy lejos de ambas cosas; si, por el contrario, no tiene escuela, es de honradez conocida y el cadí ha oído hablar bien de él, que lo acepte. Yo he conocido a un buen número del tipo que he descrito, ¡pobres desgraciados!".
En efecto, algunas cosas no han cambiado en tantos siglos: el maestro piadoso, de buenas costumbres y callado, que no se entromete en donde no le llaman y no presta oídos a chismes y cotilleos de pasillo, trabajador y preocupado por los alumnos, poco engreído, que no tiene escuela propia y de honradez conocida, ese es un buen maestro... ¡pobre desgraciado!