Luis Lobera de Ávila fue médico del emperador Carlos V, en la primera mitad del siglo XVI. No se sabe cuándo y dónde nació y murió, pero sí que estudió medicina en Salamanca y París y tras varios años ejerciendo su profesión en Francia y en Castilla, se integró en la corte imperial y real, a partir de 1520, y siguió los pasos del viajero monarca. En su "Libro de pestilencia curativo y preservativo", publicado en Alcalá de Henares en 1542, retrata lo que para él es un buen médico. Eran tiempos convulsos y la corte de Carlos era un gran teatro lleno de inteligentes políticos, valerosos militares, científicos y artistas de primer nivel; pero también de toda clase de advenedizos y codiciosos cortesanos, maestros de nada y engreídos de su vacuidad.
A esos mediocres de aquel tiempo parece dirigido el texto. Y a los mediocres todos de todos los tiempos. Aún hablando desde hace casi 500 años y dirigiéndose a los médicos, leyendo el texto me han venido a la mente algunos rostros... En algunos pasajes he visto el mío propio reflejado, como si el texto fuera el azogue de un despiadado espejo. Hay algunas cursivas, que son mías:
"Para ser bueno el médico ha de ser reposado y letrado, con experiencia, y de buena estimativa; que lo que hablare lo entienda y sepa poner en obra, porque hay muchos habladores que tienen solamente letras garrulativas a la apariencia, y lo que hablan no lo entienden; ni saben apenas ordenar un cristal, y quieren usar cosas nuevas, y malas experiencias. Estos son físicos de apariencia, no de obra, que dan a entender al vulgo que saben algo sin saberlo, y no saben curar ni sanar una enfermedad. Y aún sanarían mejor los enfermos y más aína, si no fuesen curados por estos que tienen nombre de físicos, que su nombre es matasanos, salvo aquellos que de suyo se habían de sanar sin física, y aún a éstos les estorban que no sanen tan presto: que como han de ser ayudadores de natura son estorbadores y contra natura: no toman consejo de otros por presunción, y quieren antes que se muera el doliente, que no sepan su ignorancia. Huyen de llamar compañía; y cuando la llaman sonn muy porfiados en su opinión, aunque no sea buena, por mostrarse que saben algo y prometen mucha salud, y no dan ninguna. Esto viene de tener poca consciencia, y no ser buenos cristianos, y de falta de humildad. Otros hay enamoradiscos, que en cualquiera casa que van a curar se enamoran, teniendo deshonestos ponsamientos. Estos merecen por lo menos ser privados perpetuamente. El buen físico ha de ser viejo, experimentado, de buena estimativa, y de buen seso. Ha de haber curado por lo menos de quince a veinte años arriba y ha de haber visto práctica de hombres doctos, y conversado muchas veces con ellos. Por donde los que mucho tiempo practican en una aldea, o en partes donde no hay conferencia de doctos hombres, al cabo son físicos de aldea. El buen médico ha de ser docto en práctica y teórica, y reposado, y tan secreto como el confesor; bien fortunado, de buena presencia, y no de ruin gesto, humilde y alegre y gracioso de buena manera, no jugador, ni putañero, y no interesado, sino que su principal intento sea curar el doliente y no de sacarle los dineros, y el paciente haga después su virtud, conforme al trabajo y peligro de la enfermedad. Ha de andar siempre limpio y bien ataviado y aún oloroso, porque alegre al paciente."