La experiencia democrático-revolucionaria terminó con un general, Manuel Pavía, disolviendo las Cortes republicanas por la fuerza para entregarle el poder a otro general, Francisco Serrano, derrocado a su vez por otro general, Arsenio Martínez Campos, un año después. A los pocos días llegaba a España desde Inglaterra el hijo de Isabel II, Alfonso XII. A nadie sorprendió esta rapidez, puesto que la restauración de la dinastía borbónica venía siendo preparada por un inteligente, hábil y experimentado político andaluz, Antonio Cánovas del Castillo, a lo largo de todo el sexenio revolucionario. En ese tiempo, su estrategia fue dejar hacer, sabiendo que España pretendía convertirse en una democracia sin demócratas y luego en una república sin republicanos. Dejar hacer, dejar que el caos conquistara las calles, el parlamento y el gobierno. Esperar que el pueblo añorara el gobierno borbónico, deseara recuperar la tradición y la estabilidad, aunque tampoco es que el reinado de Isabel hubiera sido un mar de serenidad. Pero ahora se recordaba como un tiempo pacífico.
El caso es que Alfonso XII aceptó desempañar el papel que le ofrecía Cánovas, el de rey que reina pero no gobierna. La nueva Constitución, aprobada en 1876, le otorgaba aún amplios poderes, pero Alfonso XII prefirió no ejercerlos y dejar la política en manos de los políticos. Su esposa cuando actuó como regente siguió esa misma actitud, pero su hijo quiso hacer las cosas a su manera. Así le fue... Su padre, como decía, dejó la política para los políticos y se dedicó a otros asuntos más importantes: enamorar a su prima, a una princesa alemana y a unas cuantas señoras y señoritas.
Otra pieza clave en aquel sistema fue la alternancia en el gobierno de los dos partidos liberales, ahora denominados conservador y liberal. A diferencia del reinado de Isabel II, ahora había más opciones políticas, aparte del liberalismo. Así pues, los liberales tuvieron que dejar de pelearse entre ellos y empezar a colaborar, si no querían verse fuera del poder. Práxedes Mateo Sagasta se hizo cargo del Partido Liberal y jugó a la alternancia con los conservadores de Cánovas. El sistema era democrático y funcionaba con tanta perfección que periódicamente cambiaba el gobierno y la mayoría parlamentaria. Los caciques tenían mucho que ver con eso, como brazos ejecutores de la corrupción electoral que todo lo inundaba. El rey miraba a otra parte. Todo funcionaba, mejor no meneallo.
Todo iba sobre ruedas. La monarquía estaba bien asentada con este andamiaje montado por Cánovas. La melodramática muerte de la Reina María de las Mercedes y el nuevo matrimonio por razón de Estado del lozano Alfonso añadió un toque de romanticismo al que era dificil resistirse. Todo iba bien, hasta que el rey enfermó. La tuberculosis fue comiéndose sus pulmones y acabó con su vida sin llegar a saber el sexo del hijo que esperaba. Hasta ahora todo eran mujeres. Si nacía niño, el trono era suyo. Pasados los meses de interregno, la naturaleza siguió su curso y nació la criatura. Era niño. Su hermana mayor tuvo algo más que celos del hermanito, es de suponer.
Hasta 16 años después, cuando fue declarado mayor de edad, su madre María Cristina de Habsburgo ejerció la regencia de la misma manera que había hecho su esposo, dejando que los políticos hicieran política. Hasta 1897, cuando Cánovas murió asesinado por un anarquista, siendo el segundo presidente del gobierno muerto en el ejercicio del poder, tras Prim. Al año siguiente, la pérdida de las últimas colonias en la desastrosa y humillante guerra declarada por EEUU en apoyo de los revolucionarios cubanos y filipinos supuso un duro golpe para la moral del país. Al poco, en 1902, moría también, de muerte natural, Sagasta. Ese mismo año Alfonso XII era declarado mayor de edad y accedía al trono. Se estaba produciendo un importante cambio generacional, pero los nuevos protagonistas pretendieron que todo siguiera igual.
Pero ya nada fue igual. Ni Antonio Maura, ni Eduardo Dato, ni José Canalejas pudieron mantener el funcionamiento de las estructuras creadas en el periodo anterior. Cada vez costaba más mantener el turno de gobierno: más dinero para comprar votos, más muertos en las luchas de partido y sociales, etc. Los anarquistas golpeaban duro a la burguesía, la Iglesia, el Estado y todo lo que se opusiera al Ideal. Canalejas en 1912 y Dato en 1921 fueron el tercer y cuarto presidente de gobierno asesinados en el cargo.
Los militares habían abandonado su tradición intervencionista y golpista, a cambio de que el gobierno no se metiera en los cuartos de banderas. Pero cada vez eran más los que pensaban que algo tendrían que hacer para evitar que España se rompiera, se descompusiera, se hundiera. Hasta que finalmente uno de ellos, Miguel Primo de Rivera, se decidió y dio el golpe. Nadie se preocupó de salvar un sistema en el que nadie quería. La Constitución de 1876 fue suspendida. Era el año 1923, por lo que había estado vigente, más o menos, casi 50 años. De momento la que más tiempo lo ha estado. Posiblemente el secreto de su éxito fuera que nadie le hizo caso, pero eso es otra historia.
El rey apoyó entusiasmado el golpe. Pensó que ahora su monarquía podría volver a ser lo que siempre debió ser, una monarquía fuerte, con poder y con capacidad de decisión. Primo, sin embargo, tenía otros planes para el rey. Dejarlo a un lado y utilizarlo para inauguraciones y actos de tipo lúdico-festivo-honorífico.
Al final Primo de Rivera también cayó. Alfonso XIII intentó pilotar el paso de la dictadura al restablecimiento de la Constitución y el parlamentarismo, pasando por una dictablanda presidida primero por el incompetente Dámaso Berenguer y luego por Juan Bautista Aznar, que se prolongaba más meses de los que la paciencia de los españoles podía soportar. El plan trazado consistía en celebrar primero unas inocentes elecciones municipales y luego las generales, cuando los mecanismos caciquiles estuvieran bien engrasados de nuevo.
La cosa no salió como esperaban. En las grandes ciudades, fuera del alcance de los caciques, ganaron las candidaturas republicanas. Todo el mundo interpretó aquello como una manifestación de apoyo a la República. Dos días después de aquellas elecciones, el 14 de abril de 1931, manifestaciones populares por todo el país proclamaron pacíficamente la II República. Los líderes de los partidos republicanos formaron un gobierno provisional y el rey, para evitar males mayores, decidió marcharse del país. 63 años después de la expulsión de su abuela, otro borbón salía defenestrado por la ventana de la Historia. Muchos años después un político español dijo que cuando a los borbones se los saca por la ventana, terminan entrando por la puerta. Esta vez les costó un poco más de tiempo y esfuerzo, pero terminaron entrando.