30 noviembre 2015

Los Trece Puntos de Negrín.

En su obra "Guerra y vicisitudes de los españoles", analizada en otra entrada, Julián Zugazagoitia cuenta el proceso de elaboración y publicación del documento de este título, en la que él mismo participó como Secretario General del Ministerio de Defensa y en su condición de periodista y escritor. Se trataba de un intento del Presidente del Gobierno de negociar con Franco un final para la guerra, que el general ignoró, puesto que estaba convencido de la victoria militar y no deseaba encontrarse con ninguna condición que hipotecase su futuro gobierno. 
Fueron publicados el 30 de abril de 1938 y su texto íntegro, recogido en la obra de Zugazagoitia, es el siguiente:

"El Gobierno de Unión Nacional, que cuenta con la confianza de todos los partidos y organizaciones sindicales de la España leal y ostenta la representación de cuantos ciudadanos españoles están sometidos a la legalidad constitucional, declara solemnemente, para conocimiento de sus compatriotas y noticia del mundo, que sus fines de guerra son:

1º.- Asegurar la independencia absoluta y la integridad total de España. Una España totalmente libre de toda ingerencia extranjera, sea cual sea su carácter y origen, con su territorio peninsular e insular y sus posesiones intectas, y a salvo de cualquier tentativa de desmembramiento, enajenación o hipoteca, conservando las zonas de protectorado asignadas a España por los convenios internacionales, mientras estos convenios no sean modificados con su intervención y asentimiento.
Conscientes de los deberes anejos a su tradición y a su historia, España estrechará con los demás países de sus hablas los vínculos que imponen una común raíz y el sentido de universalidad que siempre ha caracterizado a nuestro pueblo.

2º.- Liberación de nuestro territorio de las fuerzas militares extranjeras que lo han invadido, así como de aquellos elementos que han acudido a España, después de julio de 1936, y con el pretexto de una colaboración técnica intervienen o intentan dominar en provecho propio la vida jurídica y económica española.

3º.- República popular representada por un Estado vigoroso que se asiente sobre principios de pura democracia y ejerza su acción a través de un Gobierno dotado de la plena autoridad que confiere el voto ciudadano emitido por sufragio universal y que sea el símbolo de un poder Ejecutivo firme, dependiendo en todo tiempo de las directrices y designios que marque el pueblo español.

4º.- La estructuración jurídica y social de la República seá obra de la voluntad nacional libremente expresada, mediante un plebiscito que tendrá efecto tan pronto termine la lucha, realizado con pletitud de garantías, sin restricciones ni limitaciones y asegurando a cuantos en él tomen parte, contra toda posible represalia.

5º.- Respeto a las libertades regionales sin menoscabo de la unidad española. Protección y fomento al desarrollo de la personalidad y particularidades de los distintos pueblos que integran España, como lo imponen un derecho y un hecho histórico, lo que, lejos de significar una disgregación de la Nación, constituye la mejor soldadura entre los elementos que la integran.

6º.- El Estado español garantizará la plenitud de los derechos al ciudadano en la vida civil y social, la libertad de conciencia, y asegurará el libre ejercicio de las creencias y prácticas religiosas.

7º.- El Estado garantizará la propiedad, legal y legítimamente adquirida, dentro de los límites que impongan el supremo interés nacional y la protección a los elementos productores. Sin merma de la iniciativa individual, impedirá que la acumulación de riqueza pueda conducir a la explotación del ciudadano y sojuzgue a la colectividad, desvirtuando la acción controladora del Estado en la vida económica y social. A este fin se impulsará el desarrollo de la pequeña propiedad, se garantizará el patrimonio familiar y se estimularán todas las medidas que lleven a un mejoramiento económico, moral y racial de las clases productoras.
La propiedad y los intereses legítimos de los extranjeros, que no hayan ayudado a la rebelión, serán respetados y se examinarán con miras a las indemnizaciones que correspondan los perjuicios involuntariamente causados en el curso de la guerra. Para el estudio de estos daños el Gobierno de la República creó ya la Comisión de Reclamaciones Extranjeras.

8º.- Profunda reforma agraria que liquide la vieja aristocrática propiedad semifeudal que, carente de sentido humano, nacional y patriótico, ha sido siempre el mayor obstáculo para el desarrollo  de las grandes posibilidades del país. Asentamiento de la nueva España sobre una amplia y sólida democracia campesina dueña de la tierra que trabaja.

9º.- El Estado garantizará los derechos del trabajador a través de una legislación social avanzada, de acuerdo con las necesidades específicas de la vida y de la economía españolas.

10º.- Será preocupación primordial y básica del Estado el mejoramiento cultural, físico y moral de la raza.

11º.- El Ejército español, al servicio de la Nación misma, estará libre de toda hegemonía de tendencia o partido, y el pueblo ha de ver en él el instrumento seguro para la defensa de sus libertades y de su independencia.

12º.- El Estado español se reafirma en la doctrina constitucional de renuncia a la guerra como instrumento de política nacional. España, fiel a los pactos y tratados, apoyará la política simbolizada en la Sociedad de Naciones, que ha de seguir siendo su norma; reivindica y mantiene los derechos propios del Estado español y reclama, como potencia mediterránea, un puesto en el concierto de las naciones, dispuesta siempre a colaborar en el afianzamiento de la seguridad colectiva y en la defensa general de la paz.
Para contribuir de una manera eficaz a esta política, España desarrollará e intensificará todas sus posibilidades de defensa.

13º.- Amplia amnistía para todos los españoles que quieran cooperar a la inmensa labor de reconstrucción y engrandecimiento de España. Después de una lucha cruenta como la que ensangrienta nuestra tierra, en la que han surgido las viejas virtudes de heroísmo e idealidad de la raza, cometerá un delito de traición a los destinos de nuestra patria aquel que no reprima y ahogue toda idea de venganza y represalia, en aras de una acción común de sacrificios y trabajos que por el porvenir de España estamos obligados a realizar todos sus hijos".

Según el propio Zugazagoitia, "la cosecha de siembra tan copiosa fue muy parva". El problema era que todos estos puntos carecían de la condición imprescindible en aquellas circunstancias para haber tenido alguna posibilidad: la fuerza militar. En efecto, el gobierno de la República iba de derrota en derrota. El verano siguiente haría un último e inútil esfuerzo, lanzando la ofensiva del Ebro, que se saldó con una nueva derrota, definitiva esta vez, y unos cuantos miles de cadáveres más.

16 noviembre 2015

Sobre los refugiados españoles en 1939.

Casi al final de su libro, Julián Zugazagoitia relata las vicisitudes de los españoles que marcharon al exilio y fueron a refugiarse a Francia. En estos tiempos inciertos e insolidarios, de escandalosos repartos de personas, conviene recordar un pasado no tan lejano en el que les tocó a nuestros abuelos estar al otro lado.
Así lo cuenta Zugazagoitia:

"La frontera separaba algo más fundamental que un país de otro, separaba la vida de la muerte. Francia no podía negarse a conceder el derecho de asilo a quienes se lo demandaban con razón de tanto precio. Fue abriendo su carretera a los niños y a las mujeres, primero, a los ancianos, después, y, finalmente, a los soldados que se replegaban... Francia no negó lo que no podía negar, en efecto; pero, ¿qué otro hubiese accedido a ser consecuente con su significación moral en condiciones parecidas? Respondo: ninguno. Francia ofreció asilo a cuarenta mil refugiados y recibió, sin impedirles la entrada, de doscientos a trescientos mil. ¿Quién puede exigirle más? Recuerdo bien cómo se nos esponjó el corazón al saber que la frontera había sido abierta y que la masa de infortunados compatriotas que golpeaba sobre ella con su instinto estaba en seguridad. Las historias posteriores -anécdotas de campos de concentración y de comisarías policíacas- cualquiera que sea su acrimonia y su crueldad, no destruyen el mérito de la conducta generosa de Francia, única nación en que se dan cita las emigraciones de toda Europa. La nuestra -denostada por tanta atribución falsa, desfigurada por las acusaciones más terribles- llegaba después de la rusa, de la italiana, de la alemana, de la austriaca, de la checa... ¿Pensó alguien que podíamos ser albergados en los castillos del Loira? ¿Dudó nadie que nuestro destino fuese el de los sospechosos, obligados a continuas comparecencias ante la policía? Centenares de peripecias de campos de concentración han lastimado muchas emociones de españoles que consideraban a Francia como su segunda patria. Pero de la misma manera es obligado decir que centenares de episodios generosos han metido dentro de la sensibilidad de otros refugiados la convicción profunda de que si en algún pueblo de Europa actúan todavía los fermentos de la solidaridad humana, ese pueblo es el pueblo francés".

02 noviembre 2015

Guerra y vicisitudes de los españoles, de Julián Zugazagoitia.

 
Imagen tomada de la web biografíayvidas.com

Julián Zugazagoitia (Bilbao, 1899-Madrid, 1940) fue un periodista, escritor y político, conocido también como Zuga o por su periodístico pseudónimo de Fermín Mendieta. Trabajó en diversos periódicos hasta llegar a dirigir el madrileño El Socialista.  Fue diputado por el Partido Socialista Obrero Español en las cortes constituyentes de la II República y volvió a resultar elegido diputado en las elecciones de 1936. 
Dentro del Partido, se adscribió a la corriente moderada de Indalecio Prieto aunque ya durante la guerra se acercó a las tesis de Juan Negrín, quien lo nombró Ministro de Gobernación y posteriormente Secretario General del Ministerio de Defensa. En estas funciones gubernamentales compartió las tesis de Negrín para resistir militarmente, en espera del estallido de la guerra europea. Siempre se mantuvo alejado de la influencia comunista en este gobierno. 
Al terminar la guerra marchó al exilio, como tantos otros dirigentes republicanos, pero en 1940 fue detenido por la Gestapo, tras la invasión alemana de Francia. Enviado a España, fue juzgado en un consejo de guerra sumarísimo, condenado a muerte y ejecutado a los pocos días, concretamente el 9 de noviembre, cuando fue fusilado en las tapias del cementerio de la Almudena, entonces cementerio del Este.
Durante los meses que vivió en Francia, entre otras ocupaciones, redactó sus memorias de guerra, a instancias de sus compañeros de La Vanguardia, periódico de Buenos Aires en el que se fueron publicando por capítulos. En el prólogo de la obra advertía que debían tomarse "estas páginas, no como una Historia de la guerra, sino como una contribuión desinteresada para quienes, con el debido rigor, se propongan escribirla imparcialmente. (...) Descuento que nadie agradecerá la ausencia de recodos polémicos con que este libro ha sido escrito. Ése que me parece su mérito, será su desracia. No gustará a nadie". En efecto, sorprende la objetividad periodística con la que están escritas estas páginas, cuyo autor había sido protagonista principal, miembro del gobierno, que se había enfrentado al alzamiento militar de 1936. A continuación a firmaba que "es todavía temprano para permitirse el lujo de la imparcialidad". ¿Lo será aún, casi 80 años después? Algunos parecen empeñarse en negarnos ese lujo.
En efecto, leyendo el primer párrafo del prólogo, parece que se dirigiera a nosotros, desde la distancia de los tiempos, al afirmar que "la guerra de España no ha terminado. Conocemos el fin de las operaciones militares, pero el conflicto continúa. Guerra es también, según la Academia Española, toda especie de lucha y combate, aunque sea en sentido moral. A esas luchas y combates me refiero al afirmar que no ha terminado la querella de los españoles. Lo que ha perdido en crueldad militar, lo ha ganado en virulencia política. Victoriosos y derrotados continuamos odiándonos con la misma fuerza, pero rezumándonos la pasión y no queriendo dejar sin empleo el sobrante, unos y otros, respondiendo a la misma naturaleza, nos hemos dividido y subdividido enconadamente. Las banderas españolas son, por esa causa, múltiples. Enumerarlas, indicando el nombre de cada abanderado, sería abusar de la paciencia del lector y, por lo que a mí hace, renovar un sentimiento que participa, a partes iguales, de la tristeza y de la indignación. Tristeza por nuestra radical insolidaridad, indignación por la constancia con que la fomentamos. Todo hace presumir que ni los triunfadores fecundarán la victoria, ni los derrotados escarmentaremos en el descalabro. No hay peor enemigo del español -y de lo español- que el español mismo".

Emocionan las palabras que pone en boca del Presidente del Gobierno, Negrín, supuestamente al volver del frente, donde había visto el pueblo de Granollers bombardeado, repleto de víctimas civiles, mujeres y niños. Posiblemente estas palabras fueran los propios pensamientos de Zugazagoitia, y de tantos españoles de ambos bandos: "¡Qué terrible es todo esto! Mucho más cuando se ha llegado a la convicción de que todos, absolutamente todos, socialistas, comunistas, republicantos, falangistas, franquistas, ¡todos!, son igualmente despreciables. Si se tratase de una lucha entre ellos, me haría voluntariamente a un lado, porque ninguna de sus querellas tiene importancia ni vale el sacrificio de una sola vida. Pero se trata de España, ¡de España!, que temo mucho no acabe siendo desmembrada, a favor de nuestra propia estupidez, que nos lleva a considerarnos vascos, catalanes, gallegos, valencianos, por las potencias europeas, en un último cambalache diplomático-mercantil. Este temor es el que me da fortaleza. Si no creyera que tengo que oponerme a que España desaparezca, hace tiempo que hubiera renunciado a pedir sacrificios y me hubiera quitado, ¡con mucho gusto! de en medio". 
Más adelante, tratando de ciertas reacciones en el bando republicano de políticos y combatientes nacionalistas, cuenta cómo este asunto, tan candente en nuestro tiempo, 80 años después, indignaba a Negrín, en cuya boca pone las siguientes enérgicas palabras: "Ésa puede ser (el recrudecimiento nacionalista de la Generalidad de Cataluña), muy concreta, una razón por la que yo me marche del Gobierno. No estoy haciendo la guerra contra Franco para que nos retoñe en Barcelona un separatismo estúpido y pueblerino. De ninguna manera. Estoy haciendo la guerra por España y para España. Por su grandeza y para su grandeza. Se equivocan los que otra cosa supongan. No hay más que una nación: ¡España! No se puede consentir esta sorda y persistente campaña separatista, y tiene que ser cortada de raíz si se quiere que yo continúe siendo ministro de Defensa y dirigiendo la política del Gobierno, que es una politica nacional. Nadie se interesa tanto como yo por las peculiaridades de su tierra nativa; amo entrañablemente todas las que se refieren a Canarias y no desprecio, sino que exalto, las que poseen otras regiones, pero por encima de todas esas peculiaridades, España. (...) El que estorbe esa política nacional debe ser desplazado de su puesto. De otro modo, dejo el mío. Antes de consentir campañas nacionalistas que nos lleven a desmembraciones, que de ningún modo admito, cedería el paso a Franco sin otra condición que la de que se desprendiese de alemanes e italianos. En punto a la integridad de España soy irreductible y la defenderé de los de afuera y de los de adentro. Mi posición es absoluta y no consiente disminución". 
En toda la obra se nos dibuja a Negrín como un apasionado patriota, de quien nos cuenta que una noche de bombardeos y melancolía en el castillo de Figueras, a punto de partir ya para el exilio, repetía las sílabas de España, reflexionando sobre su sonido, un sonido "a rumor de mieses en Castilla, a soleá de torero, a jarcias zurradas por las rachas del Cantábrico, a jota de segador, a andadura de merinos por Extremadura, a zorcico de piloto, a estremecimiento de chopos a orillas del Dureo, a sardana de payés, a frotamiento de cepas riojanas, a folía de tabaquero...¿A qué suenas tú, España, cuando no suenas a muerte?
 
Unos meses antes, el 18 de julio de 1938, a los dos años del comienzo de la guerra, el Presidente de la República, Manuel Azaña, pronunció en el Ayuntamiento de Barcelona el discurso que ha pasado a la historia como "de las tres p": Paz, Piedad, Perdón. Zugazagoitia informa que ya entonces algunos comentaristas señalaron que se trataba de la oposición a "las tres r" que había enunciado Negrín: Resistir, Resistir, Resistir. Zugazagoitia desgrana el texto del discurso, del que alaba la calidad literaria, para demostrar que se trataba de un contraprograma a la política que estaba desarrollando el Presidente del Gobierno, con quien mantenía unas relaciones más bien tirantes. Y cita literalmente el final del discurso, ciertamente hermoso, en el que Azaña reivindicaba la lección "de esos muertos que han caído embravecidos en la batalla luchando magníficamente por un ideal grandioso y que ahora, abrigados en la tierra materna, ya no tienen odio, ya no tienen rencor, y nos envían, con destellos de su luz, tranquila y remota como la de una estrella, el mensaje de la patria eterna que dice a todos sus hijos: Paz, Piedad, Perdon". Pero Zuga no se engañaba y sabía que muchos olvidarían estas palabras tan pronto como las escuchasen: "que nadie les hable prematuramente de paz y mucho menos intente disminuirles el caudal de odios. ¡Son sagrados!". 

En conclusión, Zugazagoitia parece compartir la opinión que cita de Besteiro, para el cual, "los españoles nos estamos asesinando de una manera estúpida, por unos motivos más estúpidos y criminales".

Sin duda, unas memorias de guerra muy recomendables por las reflexiones serenas de su autor que, a pesar de haber vivido aquellos acontecimientos tan intensamente, saber ver las tragedias y mezquindades que todos cometieron durante aquellos funestos años.