16 junio 2014

Reyes borbónicos. El siglo XIX (primera parte).

El siglo XIX empezó convulso, como veíamos el otro día. Godoy, deslumbrado por un plebeyo que había llegado a emperador, todo un referente para Manolito, como le llamaba Carlos IV, había vendido su alma al diablo y se había aliado con el corso y puesto a su disposición las tropas, territorios y armada española. Ésta ya no era lo que había sido, pero en ella prestaban sus servicios por aquella época alguno de los mejores marinos de la historia de España. Y todos tuvieron que ponerse al servicio del inepto de Villeneuve, a quién se le encomendó el mando de la escuadra convinada que había de derrotar a la armada inglesa, dentro de la guerra mundial que libraban Napoleón y la pérfida Albión. Trafalgar, 21 de octubre de 1805, no digo más. Una de las mayores estupideces cometidas por gobernantes españoles. Que han cometido muchas, pero esta le costó la vida a varios cientos de soldados, así como a esos marinos que lucharon heróicamente por lo que creían que era su deber. Sobrecoge aún hoy visitar el Panteón de Marinos Ilustres, en San Fernando (Cádiz), donde reposan los restos de muchos de ellos: Cosme de Churruca, Luis Pérez del Camino Llarena, Dionisio Alcalá Galiano, Frnacisco Alcedo y Bustamante, Federico Gravina y Nápoli. Y tantos otros cuya tumba es la inmensidad oceánica y un leve recuerdo. Eso sí, nos quedó la honrilla de que un arcabucero español le metió dos o tres plomos a Nelson, llevándoselo por delante. Triste satisfacción, la muerte de un hombre.
Pero Godoy seguía convencido de que cerca de Napoleón podían caerle algunas migajas. Y por eso siguió dándole todo tipo de facilidades y apoyo logístico y militar. Cuando Portugal se negó a secundar el bloqueo continental decretado por Napoleón contra sus archienemigos ingleses ante la imposibilidad de invadirla (precisamente por haber perdido el imprescindible apoyo naval en Trafalgar), Godoy se apresuró a firmar el Tratado de Fontainebleau, para permitir el paso de la Grande Armée por suelo español, en teoría de paso hacia Portugal. El año 1808 comenzó con la penetración en España de este ejército, supuestamente aliado y sólo de paso. Sin embargo, las tropas francesas comenzaron a hacer cosas raras: tomaron algunas ciudades, exigiendo acuartelarse en ellas y trataron a la población con una rudeza impropia de un aliado. Entraron también en Madrid, además de otras ciudades que no estaban en la ruta más corta hacia su objetivo. Los ánimos empezaron a caldearse. La población, harta de abusos y carestías, harta de la errática política de Godoy, soliviantada por los enemigos de éste, una nobleza envidiosa de este arribista que los había desplazado y un clero temeroso de perder privilegios, terminó amotinándose, exigiendo la destitución de Godoy. Y su cabeza. Y sus tripas, que cuando el pueblo se viene arriba ya se sabe. Y lo mejor de todo, Fernando VII, entonces Príncipe de Asturias, cansado de esperar su turno, encabezó esta sublevación para quitarle el trono a su padre. De esta manera, el 19 de marzo de 1808, durante el motín de Aranjuez, cayó el gobierno de Godoy, que salvó la cabeza y las tripas huyendo por los tejados de su palacio, así como el trono de Carlos IV. Lo que ocurrió en las semanas siguientes fue bastante patético. Carlos IV pidió ayuda a Napoleón para recuperar el trono que su hijo le había arrebatado. Fernando VII, por su parte, comunicó a Napoleón que ahora el rey era él. Napoleón debió entonces convencerse de que sus planes iban a resultar más fáciles de lo que esperaba. Los llamó a los dos a Bayona y allí, entre amenazas y promesas, entre lloriqueos monárquicos y pataletas reales, ambos abdicaron en Napoleón, quien le entregó la corona a su hermano, José Bonaparte, José I para los libros de historia y Pepe Botella para los panfletos de las tabernas de la época. Mientras tanto, en España, el pueblo de Madrid intentó impedir que el resto de la Familia Real también fuera "secuestrada" por los franceses. Era el 2 de mayo. Ese día y esa noche, los franceses dejaron claro que no venían como aliados.
José I no es borbón, así que no voy a pararme en el que habría sido un buen rey si le hubieran dejado reinar. Parafraseando al Mio Cid, podría decirse de él que hubiera sido buen señor si hubiera tenido buenos vasallos. Pero sus vasallos no dejaron de machacarlo vivo. No reinó sobre más territorio que el que pisaban sus pies en cada momento. Su trono sólo se mantuvo sujeto por tropas de su hermano, que en cuanto se despistaban eran acuchilladas, abrasadas, golpeadas, apedreadas y escupidas por cualquier andrajoso al borde de cualquier camino. Muchos debieron volver a Francia con estrés postraumático, pero este estrés no se había inventado todavía.
El caso es que a Napoleón los españoles de la época le tocaron las narices y mucho, así que decidió llevarse a sus soldaditos a otra parte y dejar a su hermano sin trono. Se presentó en Valençay, donde Fernando VII había pasado la guerra preso en un lujoso palacio y sin intención de escapar, y le devolvió el trono, con la misma facilidad con la que se lo había quitado seis años antes.
Acto seguido Fernando preparó sus cosas y se vino para España. Su objetivo era llegar a Madrid y tomar posesión de su recién devuelto trono, pero las cosas por aquí no estaban igual que cuando se había marchado. Durante la guerra, además de matar gabachos, los españoles se habían dedicado a celebrar Cortes y aprobar nada menos que una Constitución, invento maligno de los mismísimos franchutes y de la escoria de Europa arremolinada en las antiguas colonias inglesas del norte de América. Pero sí, había ahora una Constitución que limitaba bastante los poderes que tenía el rey unos años antes y Fernando no estaba por la labor de aceptar semejante humillación. Así que se hizo querer y los españoles, pensando que más valía malo conocido que bueno por conocer, que el refranero siempre ha sido la perdición de este país, empezaron a gritar vivas a las cadenas. Para qué demonios hacía falta tanta libertad si lo único que había traído era guerra y muerte.
Calculadas las fuerzas y las posibilidades de éxito, Fernando, lejos de jurar la Constitución que se encontró, prefirió quitarla de en medio del tiempo, como si nunca hubiera existido, como decía el Decreto con que la derogó. No obstante, los liberales tampoco estaban por la labor de renunciar a las libertades tan levemente acariciadas. Así que el reinado de Fernando VII fue un tira y afloja entre unos y otros. Que si se subleva Riego y soy el más constitucionalista del mundo (marchemos francamente y yo el primero, por la senda constitucional), que si llamo a la Santa Alianza para que me invada y me devuelva mis poderes, que si Cien Mil Hijos de San Luis (no eran tantos, pero el número ya asustaba), que si meto en la carcel a quien me critique y fusilo a quien haga propaganda en mi nombre. En fin, un reinado muy cansado.
Mientras tanto, Fernando iba cumpliendo años y acumulando esposas (sucesivamente, se entiende) pero la descendencia no llegaba. Si no ocurría un milagro, el heredero de Fernando sería su hermano, el infante don Carlos María Isidro. Al final lo que ocurrió fue medio milagro, porque Fernando logró la esperada descendencia, pero en forma de dos niñas. Preciosas y gorditas, pero niñas. El problema estaba en que los borbones, un siglo antes, habían sustituido el derecho sucesorio tradicional del reino de Castilla, en el que simplemente se prefiere el varón a la mujer, pero ésta puede reinar a falta de varón con mejor derecho, por el derecho sucesorio francés de los borbones y su ley sálica, que impedía definitivamente a las mujeres reinar. Y entonces es cuando intervino madre coraje. La cuarta esposa del rey Fernando VII, su sobrina Mª Cristina de Borbón, que no estaba dispuesta a que reinara su cuñado en vez de su hija. Así que alrededor del ya mayorcete y enfermo rey se desató una verdadera guerra político-jurídico-sucesoria para lograr que el rey derogara o mantuviera en vigor la famosa ley sálica. Finalmente la derogó y poco después se murió.
Rápidamente su hija mayor, Isabel, con sólo 3 añitos, fue coronada reina. Pero su tito Carlos, durante toda su vida Príncipe de Asturias y heredero de su hermano, no estaba dispuesto a que la mocosa le quitara su trono. Consideró nula la derogación de la ley sálica y por tanto se consideró el rey legítimo, proclamado como tal por sus seguidores y partidarios. Dos reyes y ninguno dispuesto a renunciar (bueno, Isabel no creo que opinara mucho, pero su madre, la reina regente, no estaba dispuesta a renunciar). Solución: guerra. La llamaron guerra "carlista", por la pretensión de don Carlos de hacerse con el trono. Otra guerrita. Bonita manera de empezar el reinado de una niña...

14 junio 2014

¿Para qué sirve un muro?

Hace unos días estuve trabajando en clase sobre el Muro de Berlín, como presentación del tema de la Guerra Fría, en la asignatura Historia del Mundo Contemporáneo, de 1º de Bachillerato. Para comenzar con este tema, les propuse a los alumnos una reflexión genérica, sobre para qué sirve un muro, uno cualquiera. Y les pregunté también si conocían otros muros a lo largo de la Historia, además del de Berlín.
Para la primera cuestión, cada uno tenía que pensar en tres utilidades y luego hicimos un recuento. Los usos que más se repitieron fueron los primeros en el mapa mental y así los fuimos priorizando, en el lado derecho. En el izquierdo, pusimos todos los muros que recordábamos de la historia. En esta foto tenéis el resultado del mapa mental que dibujamos en la pizarra. Yolanda, Ana y Javier son los artistas que me ayudaron y pusieron el toque artístico, aunque con las premuras de la clase, apenas pudieron lucirse, pero doy fe de que son unos artistas.

Los usos que le encontramos a un muro fueron:
  1. Separar. Lógicamente, empezando el tema que empezábamos, esa fue la función que más se repitió. Un muro es obvio que separa y divide: territorios, personas y comunidades, ciudades, países, etc
  2. Proteger. A veces es una función complementaria de la anterior y muchos muros se han construido a lo largo de la historia para protegernos de los otros, los bárbaros, los extranjeros, los enemigos.
  3. Aislar. Que sería lo contrario de lo anterior. Nos protegemos de los que están fuera y aislamos a los que están dentro, pero son sospechosos.
  4. Otros usos: 
    1. Aguantar. En las construcciones, los muros de carga son los que dan solidez a la obra, los que sujetan el peso y permiten aguantar en su interior todo lo que dentro de los edificios se desarrolla.
    2. Rezar. En mente teníamos el Muro de las Lamentaciones y la reciente imagen del Papa Francisco rezando ante él. Pero estuvimos también hablando del muro de la qibla, que en las mezquinas está orientado a La Meca, hacia donde deben orar los musulmanes, o el muro del presbiterio en las iglesias cristianas, que también marca la direccionalidad de la oración. Así que, en efecto, un muro también sirve para rezar.
    3. Escalar. No recuerdo quién dijo esto ni cómo lo justificó. Pero sí, supongo que los muros se pueden escalar...
Y algunos muros que recordamos de la Historia fueron:
  1. Gran Muralla China. Construida por el emperador Qin Xi-Huang Di, que reinó entre el 252 y 210 a.C., unificó el imperio, la lengua y la moneda china y a su muerte se enterró rodeado de un impresionante ejército de soldados de terracota. Ordenó construir la muralla para protegerse de las tribus bárbaras del norte.
  2. El Muro de Adriano. Construida por este emperador entre 122-132 d.C. (4 siglos y medio después de la Gran Muralla China) para servir de frontera, en la isla de Britania, con las tribus de los pictos del norte. Servía como muro defensivo y frontera político-económica.
  3. Murallas medievales. En muchas ciudades europeas se construyeron, con una función preferentemente militar, pero también cumplieron funciones fiscales, sanitarias y políticas. De todas las que existieron y se conservan, recordamos como ejemplo las murallas de la Macarena, construidas en el siglo XII por los almohades, aunque el origen de las murallas de Sevilla se cree que es romano.
  4. Los muros de las catedrales. Ya puestos en la Edad Media, han venido rápidamente a la mente, como ejemplo de muros de carga, las grandes catedrales románicas y góticas.
  5. Fronteras actuales con muros físicos. En seguida nos acordamos de la frontera entre México y  EE.UU, el muro de Israel o nuestra valla de Melilla. Del siglo III a.C a hoy, el extremo Oriente al Occidente, no parece que hayamos avanzado tanto.
Para acabar la presentación, intentamos ver (lo que nos dejó nuestra wifi), el siguiente documental, para hacernos una idea de cómo era el famoso Muro de Berlín. Hoy ya no existe, es un mero recuerdo histórico, aunque yo (ay!) recuerde perfectamente cuándo y cómo cayó:


Y acabamos la clase celebrando. Primero le dimos un aplauso a los artistas.



Luego nos lo dimos la clase entera.





Y ya puestos, un poco de espíritu adolescente y selfie al canto.


 Aún queda mucho por aprender del Muro de Berlín y de la Guerra Fría, pero yo creo que fueron 35 minutos muy bien aprovechados y en los que aprendimos algunas cosas y las pudimos relacionar con otras que ya sabíamos y generar nuevos conocimientos. Y además nos lo pasamos bien. Yo, por lo menos, estuve muy entretenido.
Gracias, 1º Bachillerato D, #ClaretSevilla.




11 junio 2014

Reyes borbónicos. El siglo XVIII.

Se acerca el final del reinado de Juan Carlos I. Hoy ha aprobado el Congreso la Ley de Abdicación, que ahora pasará al Senado, donde previsiblemente se aprobará con la misma facilidad que en el Congreso y si todo sigue su curso, en unos días subirá al trono de España el nuevo rey Felipe VI. Haciendo memoria (uy, perdón), haciendo Historia de los reinados de los anteriores borbones, en un rápido repaso (hoy del siglo XVIII), nos encontramos lo siguiente:
El primero de la dinastía Borbón fue Felipe V, que reinó entre 1700 y 1746. Para poder consolidar el trono tuvo que enfrentarse al Archiduque Carlos en una guerra que duraría nada menos que 14 años. La Guerra de Sucesión acabó con el Tratado de Utrecht, por el que entre otras cosas se cedía Gibraltar a los ingleses, algo aún no superado por la psicología colectiva española, y la toma de Barcelona por un ejército enviado por el rey de España, algo aún no superado por la psicología colectiva catalana. 
A mediados de su reinado, en medio de una de sus frecuentes etapas "melancólicas" abdicó en su hijo Luis I. Era enero de 1724, pero en el verano de ese mismo año el muchacho contrajo viruelas y no sobrevivió. No tuvo mucha suerte ese segundo rey Borbón, que tan sólo pudo reinar 229 días. De hecho, hoy casi nadie se acuerda de él. Su padre, forzando la legalidad sucesoria, por no decir que dando un golpe de Estado, recuperó la corono y siguió reinando hasta su muerte. El resto del reinado fue de vaivenes emocionales y políticos del rey y del reino.
A Felipe V le sucedió un segundo hijo, Fernando VI, entre 1746 y 1759. Este pobre hombre intentó continuar la política reformista de su padre, cosa que hicieron más bien sus ministros porque él no estaba para muchas políticas. Los desórdenes emocionales de su padre se convirtieron en su caso en manifiesta locura. Murió sin descendencia, por lo que tuvo que sucederle otro hijo de Felipe V.
En efecto, Carlos III fue el tercer hijo de Felipe V que llegó al trono, aunque su madre fuera en este caso la segunda esposa de dicho rey, Isabel de Farnesio. La obsesión de esta señora fue buscarle una buena colocación a su hijo, por lo que teledirigió la política exterior española para conseguirlo. Así pues, Carlos hizo sus prácticas como rey de Nápoles, donde pudo asistir como tal al descubrimiento de las ruinas de Pompeya y financiar sus primeras excavaciones. No obstante, al quedar vacante el trono de España (y sus colonias americanas) por la muerte de su hermanastro, Carlos no lo dudó (ni su madre tampoco) y se vino a coronar. Hasta su muerte en 1788 se dedicó a intentar modernizar y racionalizar la administración española bajo los principios del despotismo ilustrado.
Todas esas reformas fueron frenadas en seco por su hijo, Carlos IV, cuyo reinado (1788-1808) fue contemporáneo de la Revolución Francesa. Por miedo a ella y a su posible expansión por España, cerró las fronteras y reforzó los principios del Antiguo Régimen, abandonando todo planteamiento que pudiera hacer dudar del poder absoluto de la monarquía. A sus espaldas, su querido ministro Manuel Godoy utilizaba la corona y la monarquía como pieza al servicio de sus intereses. Cuando Napoleón llegó al trono de Francia, Godoy vio en él un referente y quiso ser un pequeño Napoleón, para lo que intentó un acercamiento político y militar, que llevaría al derramamiento de mucha sangre española en los comienzos del siglo XIX.
Pero Carlos IV no murió en el trono. Su hijo Fernando le invitó a dejarle el sitio. El siglo empezaba convulso.