En el número 96 de la Evangelii Gaudium, el Papa Francisco habla de aquellos que "nos entretenemos vanidosos hablando sobre «lo que habría que hacer» –el pecado del «habriaqueísmo»– como maestros espirituales y sabios pastorales que señalan desde afuera. Cultivamos nuestra imaginación sin límites y perdemos contacto con la realidad sufrida de nuestro pueblo fiel".
Una vez más, cambiando algunas palabras del texto podríamos aplicarlo al mundo de la educación, en el que, en efecto, hay muchos vanidosos que creen tener la receta para solucionar los problemas de la educación. En muchas ocasiones, además, es una receta mágica, puesto que es la misma para todo tipo de alumnos, pero funciona igual de bien en todos los casos. No en vano, hay mucho maestrillo con su librillo.
Generalmente, además, estos habriaqueístas suelen señalar desde afuera, como dice Francisco. No necesitan implicarse en la vida de sus alumnos, o de sus profesores, o de los colegios, o de las familias, para detectar los problemas, encontrarles la solución y quejarse porque no se aplica. Con lo fácil -para ellos- que sería resolver los problemas, solo "habría que...".
¿Cuáles son los habriaqués más frecuentes en educación? Aquí van unos cuantos:
- Habría que tener leyes educativas estables. Este es magnífico. Como ningún docente somos diputados ni estamos por la labor de reunir 500.000 firmas, es un problema imposible de solucionar en ningún colegio ni en ninguna aula del mundo, con lo cual es la escusa perfecta para estar eternamente protestando. Da igual que luego casi nadie se lea las leyes educativas, o que se tarden lustros en introducir las innovaciones legislativas en las aulas (como la enseñanza y evaluación por competencias, que aparecieron en la LOE, aprobada en ¡2006!).
- Habría que dotar de fondos y recursos a la educación, que nuestro sistema educativo parece tercermundista (ojalá hubiera docentes con la vocación de los maestros africanos, que caminan horas para dar clases a la sombra de un árbol, o alumnos como los que yo he visto en Humahuaca, caminando 2 horas diarias por medio de los Andes para llegar a su escuela). No importa que numerosos estudios y estadísticas demuestren que un aumento de inversión en educación no tiene necesariamene como correlato la mejora de la calidad del aprendizaje.
- Habría que lograr que las familias se implicaran en la educación de los hijos. Este es muy bueno. Muchas veces se aplica a las mismas familias que pasan horas en casa sentados con sus hijos para ayudarles con las tareas repetitivas y mecánicas -aburridas- que han mandado en el cole, y los llevan a las actividades extraescolares que los niños piden o sus padres creen convenientes para su formación, y los viernes los llevan a catequesis y los sábados por la mañana al partido de fútbol o la reunión scout y por la tarde al cumpleaños del amigo, que preparan los disfraces para los teatros de navidad y las mochilas de las acampadas, que lavan, tienden, planchan y ordenan los uniformes, preparan cada mañana las meriendas y rellenan el tiempo libre con pelis de dibujitos, horas en el parque y plastilina en las uñas. Pues sí, habría que lograr que estas familias se dejasen de chorradas y se implicasen en la educación de sus hijos.
- Habría que innovar la metodología en las aulas para hacer más atractiva la enseñanza a los alumnos. El problema aparece cuando la innovación se convierte en un fin en sí mismo. El objetivo no es innovar porque toca o para hacer más atractivo el cole, sino mejorar el aprendizaje de los alumnos. Y para ello es fundamental saber qué queremos conseguir con nuestros alumnos. Si queremos que aprueben con buena nota su examen de Selectividad, no es necesario innovar nada, si ya tenemos esos resultados. Con excluir a los que no los alcancen tenemos suficiente. Si queremos alumnos preparados para la vida, tendremos que pensar qué le estamos dando a nuestros alumnos y cómo lo estamos haciendo. Entonces la innovación dejará de ser una moda o un objetivo a alcanzar y se convertirá en una actitud. La actitud de quien observa y analiza a sus alumnos y les da a cada uno lo que necesita. Es imposible que la misma actividad interese a todos los alumnos por igual. Hay que adaptarse a las necesidades de cada uno e introducir los cambios (innovar) que sean necesarios.
- Habría que hacer que los alumnos trabajasen en sus casas y se esforzasen. Como si no hubieran tenido suficiente con las horas que pasan en el colegio. Cuanto más se confía en el trabajo individual del alumno en su casa, más se desconfía del trabajo que hace en el aula, cuando el adulto responsable es el profesor. Claro que los alumnos tienen que estudiar en sus casas, pero esa no es la panacea. Los profesores tenemos que garantizar que con las actividades que desarrollamos en las aulas, los alumnos sean capaces de acceder al conocimiento y tengan las herramientas suficientes para profundizar cuanto deseen por su cuenta.
Por último, sólo quiero recordar que para el Papa el habriaqueismo es pecado. Quien lo comete debería hacer examen de conciencia y propósito de enmienda. ¿Qué penitencia deberían cumplir?